Cuidarte, ponerte primero y reconocer tu valor es parte del amor propio. Pero cuando esa voz interior se vuelve exigente, competitiva o necesita validación constante, puede que ya no sea amor, sino ego disfrazado. El equilibrio comienza al aprender a escucharte sin sobreprotegerte, reconocer tus fallas sin castigarte, y darte valor sin menospreciar a otros.
El verdadero amor propio te permite avanzar con seguridad sin imponer tu presencia. Poner límites también es saber decirte “no” a ti misma: no a sabotearte, no a compararte, no a exigirte perfección. A veces, lo más sabio es soltar el orgullo y practicar la humildad.
Cuando logras eliminar el ego de ti misma y te vuelves más humilde, eso te abre muchos caminos, desde relaciones más auténticas hasta una conexión más real contigo. Amar sin ego es un acto de valentía y claridad que transforma la forma en que caminas por el mundo.